Entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, emerge una nueva forma de organización del sistema capitalista, conocida como Imperialismo, que se caracteriza por la expansión económica de las potencias capitalistas como: Inglaterra, Estados Unidos y Francia hacia el resto del mundo.
Imponiendo su hegemonía económica, política y cultural mediante la apropiación de los recursos naturales, la explotación de los trabajadores y la inversión extranjera directa a los países menos desarrollados. El imperialismo es causa y efecto del rápido desarrollo de las innovaciones tecnológicas (segunda revolución industrial), principalmente en la industria química, la invención del motor de combustión interna, los nuevos métodos de fundición de acero; y las nuevas fuentes de energía como la electricidad, el petróleo y el gas, entre otras.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, las potencias capitalistas como Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Francia, Alemania y Rusia, buscan el control de las materias primas y de los mercados en todo el mundo. Los recursos naturales de países pobres como México van a ser explotados por grandes compañías monopolistas, que cuentan con el apoyo de los gobiernos locales, y serán convertidos en grandes mercados de consumo de productos industrializados.
Para 1914, los países europeos obtuvieron el control total sobre el continente africano (con excepción de Etiopía) y fracturaron, junto con los Estados Unidos y Japón los antiguos imperios y sociedades en el Lejano Oriente para formar estados coloniales. La mayoría de las naciones americanas como México, entraron en nuevos esquemas de dependencia, debido a la falta de recursos, dependían del capital extranjero en forma de deuda externa e inversiones de capital de la Gran Bretaña, Francia Estados Unidos.
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