La revolución industrial fue un proceso histórico complejo que inició hacia la segunda mitad del siglo XVIII y continuó en el XIX. En este periodo se inventaron nuevas máquinas y empezaron a usarse diferentes fuentes de energía, como el vapor, que sustituyeron en parte a la fuerza humana y animal. Ello permitió acelerar los procesos de producción, ampliar las rutas comerciales y revolucionar los transportes. Barcos y ferrocarriles movidos por máquinas de vapor permitieron transportar a un mayor número de personas y de mercancías en menos tiempo. Las fábricas crecieron en tamaño, se fundaron nuevas empresas con el capital de varios accionistas y se multiplicaron los bancos (que lo mismo prestaban dinero a los empresarios que invertían en negocios). Este proceso condujo, por un lado, al fortalecimiento de la burguesía y, por el otro, al surgimiento de la clase obrera o proletaria. Los trabajadores comenzaron poco a poco a organizarse para luchar por mejores condiciones de vida y de trabajo. Uno de los primeros movimientos obreros que se dio fue el luddismo, el que se caracterizó por la destrucción de las nuevas máquinas pues éstas dejaban sin empleo a cientos de trabajadores.