Las barreras arancelarias

Las barreras arancelarias

En el siglo XIX el Estado jugó un papel importante en la industrialización, poniendo en práctica medidas que liberaron diversos factores de producción que hasta entonces se encontraban sometidos a la dinámica feudal. Los países que buscaban industrializarse siguiendo el modelo inglés tuvieron que recurrir a la participación del Estado, un Estado fortalecido después de las revoluciones burguesas de inicios del siglo. A su cargo estuvieron diversas medidas como la supresión de los gremios, la liberalización de la tierra a través de las desamortizaciones, la disolución del régimen señorial, la eliminación de barreras arancelarias interiores y el subsidio a ciertas industrias estratégicas. Como refiere Antonio Parejo*:

Además, se encargó de la construcción de infraestructura, el establecimiento de un sistema monetario único y de pesas y medidas, de la mejora del sistema educativo para preparar técnicos, del reconocimiento de los derechos de propiedad, de la promulgación de leyes reguladoras del mercado de trabajo, la creación de bancos centrales y el subsidio a los ferrocarriles, elemento definitivo en el desarrollo del sistema industrial del siglo XIX.

La crítica de los liberales se enfocó hacia todo aquello que obstaculizara el libre comercio, por esta razón se pronunciaron en contra de los aranceles.

Un arancel es un impuesto a las importaciones y a veces se aplica también a la exportación. La finalidad de éste es proteger las actividades económicas de una región o de una nación, ya sea la agricultura o la manufactura, frente a los productos externos, con lo que se limita el libre cambio.

Jean Claude de Gournay (Francia, 1712-España 1759)

Adam Smith y David Ricardo sostenían que el intercambio generaba crecimiento económico y que los aranceles lo obstaculizaban. Lo que estos liberales tenían frente a sí era un espectacular crecimiento en la producción de mercancías, resultado de la revolución industrial, por tanto, era natural que la ganancia que los capitalistas esperaban obtener sólo pudiera concretarse después de la venta de sus mercancías, una mercancía no vendida o vendida tardíamente implicaba pérdidas.

Así nació el principio económico “laizer faire, laizer paser”, (dejar hacer, dejar pasar), planteado por el fisiócrata Jean Claude de Gournay (1712-1759) y adoptado por los partidarios del libre comercio.

Se consideraba que, si bien existían regiones que producían los mismos productos, con el paso del tiempo dominaría aquélla que contara con las mayores ventajas en su producción, por ejemplo, disponer en el territorio de la materia prima o de una fuerza de trabajo altamente capacitada, de tal manera que el productor débil buscaría producir otra cosa y con ello se lograría la especialización favoreciendo el crecimiento de ambas regiones. Estas fuerzas naturales parecían ser resultado de la acción de “una mano invisible” que siempre conduciría al equilibrio económico, por tanto, la intervención del Estado era innecesaria. Esta visión optimista de los liberales se sustentaba en la idea de que el crecimiento económico sería indefinido y que la prosperidad social iría alcanzando paulatinamente a sectores de la población cada vez más amplios.