Introducción
El capitalismo transformó radicalmente la forma de trabajo y la relación que se establecía entre las personas y los medios de producción. Los campesinos y los artesanos sufrieron un proceso de separación de sus instrumentos de trabajo: pasaron de ser dueños de medios de producción y de las decisiones de qué y cómo producir, a someterse a las determinaciones del fabricante. Sin posibilidad de trabajar por su cuenta o atraídos por la perspectiva de mejorar su vida, se trasladaron a las ciudades en donde, según se decía, encontrarían un buen trabajo en las fábricas. Aunque el taller artesanal y el manufacturero no desaparecieron de una vez, fueron palideciendo frente a la competencia de la fábrica.
La huelga, Robert Koehler, 1866 (detalle)
El trabajo fabril transformó la vida de los obreros en todos los sentidos. Las fábricas eran grandes galerones insalubres con pisos de tierra, poca iluminación y escasa ventilación. La disciplina fabril llegaba a parecer la de una cárcel, se trabajaba bajo la vigilancia del capataz, quien aplicaba multas e incluso castigos físicos por cualquier falta cometida. Por otra parte, el obrero se tuvo que adaptar al ritmo de la máquina moderna, sus movimientos debían ajustarse a una velocidad muy superior, con lo que la intensidad del trabajo aumentó y con ello el desgaste físico. Los obreros trabajaban 14 horas o más entre el ruido ensordecedor y respirando un aire contaminado con los desperdicios de la materia prima. Los limitados tiempos de descanso y la mala alimentación no les permitían recuperar sus fuerzas para emprender al día siguiente la nueva jornada. Su actividad ya no empataría más con el tiempo de la naturaleza: iniciarían su labor antes del canto del gallo y continuaría, aunque ya hubiese oscurecido.
Los obreros no pudieron resistir a estas condiciones de trabajo; sin embargo, para que las primeras manifestaciones –que se reflejaban principalmente en la desconfianza hacia las máquinas- dieran cuerpo a una ideología de la clase trabajadora y a una organización de masas, tuvieron que pasar casi dos siglos. Con antecedentes de inconformidad que se remontaban al siglo XVII, es hasta el siglo XIX cuando en Inglaterra se comenzaron a destruir las máquinas. De esta manera nacen movimientos esporádicos que irán propagándose por toda Europa hasta dar cuerpo a una corriente ideológica que permeó el pensamiento social del siglo XX: El socialismo científico.