Las condiciones de vida y trabajo de los obreros
Ejercicio de escritura
Niño trabajando en una mina de carbón, grabado del s. XIX
Los burgueses y sus representantes, los políticos liberales, siempre buscaron esconder o minimizar el problema de la pobreza. Su reconocimiento implicaba aceptar que el nuevo sistema económico tenía grandes fallas, que si bien proporcionaba una vida de lujos a los capitalistas y al grupo privilegiado de políticos enriquecidos, había una parte importante de la población que carecía de lo más elemental para su sobrevivencia. Al lado de la propaganda burguesa que difundía los logros del capitalismo, salieron a la luz testimonios sobre las condiciones de vida y de trabajo del proletariado. Dichos testimonios fueron presentados por intelectuales preocupados por los problemas de su época y fueron una base importante para que se emitieran leyes a favor de la clase trabajadora, aunque los capitalistas maniobraran para no cumplir con la legislación.
En el siguiente fichero encontrarás 8 testimonios de las condiciones de vida de los obreros de Ingraterra y Francia durante el siglo XIX*. Leélos atentamente y luego escribe debajo de cada fragmento las características que se te piden. Fíjate en el ejemplo del texto 1. Haz clic en Comparar por cada pestaña.
1. Presidiendo una asamblea, celebrada en el salón municipal de fiestas de Nottingham el 14 de enero de 1860, Mr. Broughton, un County Magistral, declaró que en el sector de la población urbana que vivía de la fabricación de encajes reinaba un grado de tortura y miseria desconocidos en el resto del mundo civilizado… A las 2, a las 3, a las 4 de la mañana, se sacan a la fuerza de sus sucias camas a niños de 9 a 10 años, y se les obliga a trabajar para ganarse un mísero sustento hasta las 10, a las 11 y las 12 de la noche, mientras su musculatura desaparece, su figura se va haciendo más y más raquítica, los rasgos de su cara se embotan y todo su ser adquiere pétreo torpor, que con sólo contemplarlo hace temblar… (Marx, 1959: 188).
2. El Dr. J. T. Arledge, médico-director del Hospital de North Staffordshire, declara: “Como clase, los alfareros, hombres y mujeres, representan… un sector de población física y moralmente degenerado. Son, por regla general, raquíticos, mal formados y muchas veces estrechos de pecho. Envejecen prematuramente y viven poco; flemáticos y anémicos, su débil constitución se revela en tenaces ataques de dispepsia, perturbaciones del hígado y los riñones y reumatismo. Pero, las enfermedades a que se halla más expuestos son las del pecho: pneumonía, tuberculosis, bronquitis y asma […] La escrofulosis de las amígdalas, de los huesos y de otras partes del cuerpo es enfermedad que padecen más de las dos terceras partes de los alfareros… (Marx, 1959: 190).
3. […] La mitad de los obreros de esta industria son niños menores de 13 años y jóvenes de menos de 18. La manufactura cerillera tiene tal fama de malsana y repugnante, que sólo le suministra niños, “niños andrajosos, hambrientos, abandonados y sin educar”, la parte más desamparada de la clase obrera, viudas medio muertas de hambre, etc. […] Jornadas de trabajo de 12 a 14 y 15 horas, trabajo nocturno, comidas sin hora fija y casi siempre en los mismos lugares de trabajo, apestando a fósforo… (Marx, 1959: 191).
4. Estábamos precisamente en lo más álgido de la temporada. Había que confeccionar en un abrir y cerrar de ojos, como si fuese obra de hadas, aquellos vestidos maravillosos con que las damas nobles iban a rendir homenaje, en una sala de baile, a la princesa de Gales, recién importada. Mary Anne Walkey llevaba trabajando 26 horas y media seguidas con otras 60 muchachas, acomodadas en dos cuartos que no encerraría ni la tercera parte de los metros cúbicos de aire indispensable para respirar; por las noches, dormían de dos en dos en una cama instalada en un agujero, donde con unos cuantos tabiques de tabla se improvisaba una alcoba…. (Marx, 1959: 198).
6. Sólo los talleres [del algodón] de Mulhouse contaban en 1835 con más de 5000 obreros alojados en los pueblos cercanos. Esos obreros son los más mal pagados. Se componen principalmente de familias pobres cargadas de niños pequeños y venidos de todas partes [...] para rentar sus brazos en las manufacturas. Es necesario verlos llegar cada mañana a la ciudad y partir cada noche. Hay entre ellos una multitud de mujeres pálidas, flacas, caminando descalzas sobre el lodo, y que, sin paraguas, llevan volteado sobre la cabeza, mientras llueve, su delantal o su enagua para cubrirse la cara y el cuello, y un número todavía más considerable de niños pequeños no menos sucios, no menos demacrados, cubiertos de harapos grasosos por el aceite de las máquinas, tumbados sobre ellas mientras trabajan. Estos últimos, mejor preservados de la lluvia por la impermeabilidad de sus ropas, no llevan en sus brazos, como las mujeres, una cesta con las provisiones del día, ellos llevan en la mano, que esconden en su chaqueta, o donde pueden, el pedazo de pan que los alimentará hasta la hora de regreso a su casa (Villermé, 1840: 34).
7. Se concibe que para evitar recorrer dos veces cada día un camino tan largo, se amontonen [los trabajadores del algodón], si así se puede decir, en pequeños cuartos o piezas malsanas, pero situadas más cerca de su trabajo. Yo vi en Mulhouse, en Dornach y en las casas vecinas, alojamientos miserables, en donde dos familias dormían, cada una en una esquina, sobre paja echada en el suelo y retenida por dos tablas. Pedazos de mantas y frecuentemente una especie de colchoneta de plumas de una suciedad repugnante, era todo lo que recubría esa paja. (Villermé,1840: 34).
8. Esta miseria en la que viven los obreros más bajos de la industria del algodón, es tan profunda que produce el triste resultado que mientras que en las familias de los fabricantes, negociantes, pañeros, directores de empresa, la mitad de sus hijos alcanzan los 29 años, en las familias de los tejedores y de los obreros del algodón, la mitad de sus hijos fallecen antes de los 2 años. ¿Qué falta de sentido, qué abandono por parte de los padres, cuántas privaciones, qué sufrimiento debemos imaginar para éstos últimos? (Villermé, 1840: 35).