Con la llegada de los españoles, la dieta en la antigua Mesoamérica se enriqueció, los productos que tuvieron mayor impacto fueron el trigo, las carnes, el azúcar, los cítricos, la cebolla, el ajo, el perejil, el cilantro, el orégano, el clavo de olor; frutas como manzanas, peras, duraznos, higos, ciruelas, membrillos, chabacanos, uvas, entre otros, que se mezclaron con el maíz, las calabazas, el fríjol, el chile, el jitomate, los quelites y demás hortalizas, cereales y frutos tropicales que llegaban de otras regiones, diversificando así la comida novohispana y acelerando el mestizaje culinario.
El azúcar rápidamente pasó a formar parte de la dieta novohispana y se usaba para hacer conservas, panes, atoles, y otras delicias como el chocolate que para el siglo XVII se preparaba con anís, vainilla, almendras, avellanas, nuez moscada, limón, hinojo, canela, aceites y pétalos de flores. El pan se incorporó a la dieta mexicana: para los grupos pudientes se producía el pan francés, el español, el floreado especial; para el consumo popular se producía el pan de agua, el pan sobado y las cemitas de agua.
Entre las innovaciones de la cocina mestiza encontramos la introducción de hornos y técnicas de hornear, utensilios de cocina de metal como ollas, cucharones, tenazas, hornillas, sartenes que se unieron a los utensilios de piedra como el metate y el molcajete, ollas y cazuelas de barro, cucharas y palas de madera utilizados por los indígenas mexicanos, acompañados por platos y platones de porcelana, jarras y vasos de vidrio traídos del oriente, cazos de cobre y jarras de platas fabricadas por artesanos mexicanos.
Bebidas novohispanas
El vino de Castilla fue uno de los productos que tuvo mayor demanda en los centros mineros, era traído de España; de Manila llegó el vino de coco que se abastecía para el consumo de los indígenas. Años después el mercado fue invadido por el aguardiente de Parras y el mezcal de Pinos, bebidas más accesibles por su precio.
El problema de la Iglesia consistía en que muchas veces los indios preferían asistir a las pulquerías que a la misa dominical y los sacerdotes eran incapaces de detener la deserción masiva de los templos. Los párrocos predicaban desesperados que había más auditorio en las pulquerías que en una misa dominical, y más gente dispuesta a gastar en beber, que en escuchar la palabra de Dios. Pero los visitantes constantes a las pulquerías se encontraban a salvo, debido a que los sacerdotes no podían entrar a sacar a los indios borrachos, pues no les estaba permitido. Es significativo que la Iglesia haya tolerado ese derecho de las pulquerías, sin duda lo respetaba, porque ahí se encontraban sus propias ganancias y las de sus benefactores.