La pintura en la Nueva España
El principal patrocinador de obras pictóricas en la Nueva España fue la Iglesia católica. En el siglo XVI destaca la pintura mural en los recintos conventuales: en las capillas, en la nave, en el claustro, sacristía y porterías.
Los tlacuilos decoraron los primeros templos, los artistas que realizaron los murales fueron los egresados de las escuelas novohispanas de artes y oficios. Paralelamente a este proceso se incorporaron los estilos artísticos europeos, que condujeron a la imposición de técnicas, modelos y formas de representación externas, tales como la pintura al temple o al óleo, el uso de la perspectiva como forma de representación espacial, la transferencia de imágenes cristianas con simbolismos ajenos a la cultura de los pueblos antiguos de México. No obstante, subsistieron diversos elementos artísticos indígenas y se fusionaron con los españoles, produciendo obras con un sincretismo artístico y cultural.
Hijo de Luis Juárez, es reconocido por sus obras iconográficas que representan la vida o el martirio de personajes como en los frescos: Santos Justo y Pastor (1653); La Sagrada Familia (1655), Adoración de los reyes, Visión de San Francisco y Martirio de San Lorenzo, entre muchos más.
Se distinguió por su pintura barroca, en la pintura mural utilizará la técnica al óleo. Sus obras son múltiples, algunas se pueden apreciar en la catedral de la Ciudad de México, en el convento de Tepotzotlán, en el templo de Huaquechula. Destaca el retrato de la Plaza Mayor de México.
La etapa barroca representó plásticamente el entorno social vinculado a la religión, pero también dejó constancia de costumbres y espacios de la realidad cotidiana como lo podemos observar en los cuadros de castas de Miguel Cabrera, pintor mexicano nacido en Antequera de Oaxaca en 1695, es considerado uno de los máximos exponentes de la pintura barroca novohispana del siglo XVIII por cuadros como Retrato de Sor Juana Inés de la Cruz y 300 obras más.