Durante la primera mitad del siglo XX, el desarrollo de la ciencia y la tecnología provocó cambios importantes en las sociedades occidentales e industrialmente desarrolladas; ello contribuyó a transformar los estilos de vida, donde incidieron, ideas generadas desde el campo de la cultura y del arte, así como los agentes y procesos económicos quienes jugaron su rol, en un marco de disputas políticas, territoriales y militares que definieron finalmente sociedades contrapuestas en un nuevo orden mundial.

Los valores artísticos y culturales prevalecientes en el siglo XIX fueron cuestionados por las vanguardias que en la frescura del naciente siglo renovaron o incluso radicalizaron sus planteamientos, proyectando la sociedad del futuro, la que había que construir activamente. Pero no se percataron que en realidad estaban germinando regímenes totalitarios, antidemocráticos, aun cuando se adjudicaran la membresía de la democracia, y con intereses por lograr la hegemonía mundial. La humanidad tuvo que vivir dos guerras mundiales para reconocer el carácter utilitario e inhumano que podría darle el hombre a la ciencia y a la tecnología. Esa compañera que camina en paralelo con la era industrial se vertía contra sus creadores y todos aquellos que creyeron en el progreso y su curso lineal.

El Ángel de la historia, como lo define Benjamin, se niega a ver el futuro de la humanidad, aterrorizado por su propia creación, sin embargo, es arrastrado hacia él sin que pueda recomponerle, inutilizado por la fuerza de los acontecimientos socio-históricos. El progreso, piedra angular de la modernidad, que edificó el hombre de ciencia, los gobiernos y las sociedades con sus valores utilitarios y consumistas, son alcanzados por el estruendo y destrucción de su propia creación. Este es un sentimiento que priva en las postrimeras de la primera mitad del siglo XX que Benjamin capta y expresa claramente. Y Budgett plasma con toda nitidez, siendo fiel a la tesis de Benjamin.